Parece un saludo al que no le importa la respuesta, aunque más que un saludo debería considerarse una pregunta de test psicológico. Una prueba de la percepción que tienes de la realidad, algo más del tipo, cómo está tu mundo.
De lo que se trata es de mentirnos hasta que nos la creemos. Para dormir, primero tienes que fingir que estás dormido, hasta que te lo crees.
La frase viene en uno de mis libros favoritos y aunque no coincido del todo, tiene su parte de razón. Por eso la hice mía. Y me lo cuento todos los días antes de ir a dormir, pero también al levantarme, justo antes de desearme los buenos días. Porque si ya nos vamos a ver al espejo con esas fachas, lo mejor es empezar con buenos deseos.
Qué me cuentas. Qué cosas visten tu realidad. O qué cosas te vas repitiendo en la cabeza de las que te han contado para hacer de este mundo lo que es y luego para crear el tuyo a imagen y semejanza del mundo de los demás, de los que te rodean.
Si fueras un libro, qué me contarías. Te escribe alguien más o eres el autor intelectual de tu vida y obra. Más vale que a partir de aquí, tomes las hojas por las esquinas, las acomodes con los golpecitos habituales que se le dan sobre la mesa, empuñes la pluma y empieces a narrarte si no lo has hecho ya. Convertirte en el protagonista de tu propio libro. Decidir las aventuras que vas a vivir y el modo en el que librarás cada batalla. Porque el día que dejes que los demás decidan por ti, que escriban una de tus líneas, habrás muerto un poco.
Olvídate de los personajes secundarios que esos vienen y van, asegúrate de narrarte tú. Aprende a poner las comas ahí donde necesites un respiro, sin olvidarte que son las mismas las que marcan la sístole y la diástole en un texto. Y jamás te olvides de la importancia de un punto y coma. Esencial para tomar decisiones, calmarte un poco, retomar el camino.
Con el paso del tiempo podrás notar que hay cosas que se acentúan a través de los años, sin importar cualquier regla gramatical. Para bien y no para tanto.
Evita en la medida de lo posible el mal del redactor, escribir de más. Dejar palabras que sobran. Escribir lo que no tenía que ser escrito y no ser capaz de borrar todas esas palabras que no suman nada.
Procura identificar las cosas que vale la pena dejar pasar y las que no tiene caso ni mencionar. Dejar en el borrador, quemar y nunca llegarlas a publicar.
También los años te enseñarán a poner un punto final, pasar de página o directamente cambiar de capítulo. Esto con el afán de tener cada vez una mejor salud mental. Al escribir, tu mejor amigo será el bote de basura, donde podrás aventar el papel que acabas de arrugar emulando un balón de básquet.
Ah, y una cosa muy importante a la hora de narrarte es no olvidar nunca el efecto Roshaman, cada quien tiene su punto de vista, por eso no vemos las cosas como son, si no como somos. Al tener esto en mente, podrás entender a los demás, sobre todo cuando no coincidan contigo. Y ojo, que entender no quiere decir justificar.
Ya por último, deja de pensar en qué categoría cabrás. Qué etiqueta te quedará. Si serás una novela, un ensayo o un cuento, da igual la clasificación que de eso normalmente se encargan los demás. Lo que importa es que te guste a ti cómo te estás escribiendo, con eso estás del otro lado.
No te olvides nunca, que la forma en la que te narras, es la forma en la que creas tu mundo. Ojalá no te cuentearas para creértela, que para esos cuentos ya tenemos al señor que ejerce el máximo poder de este país, lo importante es que te la creas y a partir de eso te empieces a narrar.
Porque una cosa es mentirte y otra muy distinta que te logres engañar.
Como te narres a ti, podrás contarte a los demás.
Por eso déjame insistir, qué me cuentas.
Pero sobre todo, qué te cuentas.
Una respuesta a “Qué me cuentas.”
Excelente reflexión
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