En defensa del frío mi café y ese no saber quien le hace mejor a quien, aunque los dos se sazonen mutuamente.
Los domingos acurrucados frente a una película donde los protagonistas son los que están bajo las cobijas y no en la pantalla.
En defensa del frío, las piernas que se encuentran como si fuera una casualidad entre las sábanas. Y se enredan. Y se rozan. Y se quedan inmóviles como si evitando el movimiento pudieran evitar que el frío las encuentre.
Las nubes que nos enseñan que el gris también es un color.
En defensa del frío, las bufandas y los abrigos.
Esa ambivalencia entre la elegancia de la gente que combate el frío en la calle y la comodidad de los que prefieren quedarse en casa.
El olor a lluvia y a tierra mojada.
La introspección frente a la ventana.
Los vidrios sobre los que se pueden dibujar corazones, letras y caras.
En defensa del frío las playas en su mejor estado de ánimo.
Las manos que cobijan a otras con el pretexto de calentarlas, aunque en realidad sólo querían decir, aquí me tienes hasta para esto.
Los abrazos que encuentran en el frío el pretexto ideal para poder durar más y frotarse uno a otro la espalda. Unos creen que generan fricción, pero en realidad generan consuelo.
El onanismo.
Las letras que salen mejor, aunque cueste coordinar los dedos para anotarlas.
Los poros que a veces y gracias al frío nos hacen recordar todo lo que podemos sentir a flor de piel.
En defensa del frío, esa sensación de podérselo quitar con lo más parecido a un apapacho. Aunque estés solo.
En defensa del frío, el pretexto que nos da.
El sexo y a veces, incluso el amor.
En defensa del frío, tú.
En defensa del frío, yo.
Siendo uno, dos y hasta tres. Por qué no.
En defensa del frío, el calentamiento global.