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El domingo es el día más complicado.

No digo que sea el peor día. Porque no hay forma, pero igual y el más complicado sí.  

Incluso me atrevería a decir que el odio que le tienes al lunes puede ser parte de los efectos secundarios de un domingo mal gestionado.  

El domingo es el día más complicado, porque nos quedan cortas sus veinticuatro horas, porque es el límite del poco descanso que se tiene en comparación de los cinco o seis días laborales que no te dejan ni respirar. Eso en el caso de los que tienen suerte de trabajar sólo estos días de la semana. Para los que no paran, es llegar al final y ya estar viendo el principio. Ese loop eterno. Esa historia sin fin.  

El domingo es cuando más sonrisas se ven en la calle, antes de que llegue la noche y nos demos cuenta que hay que esperar otros seis días para que regrese.  

Para los románticos que estrenan su soledad, es un día cargado de nostalgia, porque los domingos generalmente están llenos de recuerdos. Los días anteriores podemos distraerlos como quien distrae la rabieta de un niño con un chupón, un dulce o haciendo sonar unas llaves, pero el domingo, el domingo no. Llegan y están ahí, porque ese es su lugar. Entre las sábanas de quien se levanta tarde buscando entre los pliegues a quien antes despertó a su lado. En el error de cálculo del desayuno que antes era para dos. En las ganas de una conversación, aunque sea vacía, que te pueda sostener alguien más con tal de no escuchar ese silencio que a veces resulta ensordecedor.  

Y para los que están acompañados, el domingo representa esas ganas de que la semana, tuviera más domingos. Esa pelea eterna entre levantarnos de la cama y aprovechar el día o aprovecharlo sin salir de la misma. Ese ordenar comida que combine con nuestras pocas ganas de justificar nuestra existencia. Sólo por hoy. 

El domingo es el día más complicado, porque sufre de un trastorno de personalidad y lidiar con él, no siempre es lo más fácil. Es el día que tiene en su ADN la esencia del fin de semana, el descanso absoluto permitido y merecido, porque tenemos que decirlo, pensamos que ese momento nos lo tenemos que ganar. Y por otro lado, las ganas de aprovechar el tiempo libre. Salir y dejar constancia de la existencia de lugares que nunca antes habíamos visto. Pisarlos, olerlos, descubrirlos y regresar hablando de ellos. Es el día en el que está permitido social y personalmente, estar en pijama hasta las tantas de la mañana, en pants o en la ropa más cómoda y menos presentable que tengas en el cajón, pero también esas ganas de ponernos guapos para salir a comer sin límite de tiempo con quienes más queremos que hace tiempo no platicamos largo y tendido.  

El domingo, es el día más complicado porque nos plantea preguntas que no permitimos hacernos el resto de la semana. Hoy es el principio o el fin. 

El domingo es el día más complicado porque requiere de un equilibrio exquisito, entre el descanso, el disfrute y la satisfacción de que un día de descanso valga por seis de espera.  

El domingo es el día más complicado, porque te hace pensar que tal vez y sólo tal vez, si la semana tuviera más domingos, no lo disfrutaríamos igual. 

Y como si todo esto fuera poco, todavía vengo y escribo esto. 

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