Esta es la forma que tengo de meterme donde nadie me ha llamado, pero ojo, que no dije en lo que no me importa. Yo lo escribo y si me lees, ya será cosa tuya.
Sé que lo más probable es que si te enteras que escribí esto para ti, me lo recrimines, pero debes saber que si lo hago es por el cariño que te tengo y el coraje que me da. Y también tiene que ver con una necesidad de buscar un beneficio general, pero también propio. El primero tiene que ver con hacer una observación que nos haga a todos levantar el pie del acelerador. El segundo con volver a hablar en plural, de ustedes y nosotros. Y es que después de hablar contigo, me he puesto a pensar y a cuestionarme para qué estamos aquí.
Para qué venimos. Por qué nos la pasamos repitiendo patrones que, a veces incluso sin querer nos han enseñado. Que la falta de consciencia de lo que se deja en los demás con el ejemplo, nos ha traído hasta aquí, a repetir lo que no deberíamos, no por los demás -que no es poco- si no por nosotros mismos. Que ganas de ir en contra de la teoría de la evolución.
Hay quien dice que de los errores ajenos se puede aprender sin haberlo vivido. A mí, la verdad es que me parece un tanto imposible. Pero creo que nos pueden servir de ejemplo y de espejo cuando estamos cometiendo sus mismos errores. El punto aquí es darnos cuenta a tiempo y dejar de hacerlo. Observar el pasado es la mejor forma de predecir el futuro, siempre y cuando seamos conscientes de nuestro presente.
Ver lo que hicieron los demás. Notarlo. Ponernos en su piel y darnos cuenta que estamos haciendo lo mismo. Cometiendo los mismos errores y dejando de cometer otros. Unos nuevos y recién desempacados, unos que sean propios. Los de los demás, ya están usados. La de oportunidades que estamos perdiendo cometiendo eso que ya cometieron otros. Y si son tan cercanos a nosotros, peor aún.
Y luego, se me viene otra pregunta a la cabeza, si no hemos aprendido de eso, qué pasará con los que vienen después de nosotros. Qué les vamos a enseñar si no hemos sido capaces de aprender, pero, sobre todo, qué seremos capaces de aprenderles a los nuevos si nos hemos cerrado esa puerta ya.
Para qué repetir patrones que no hacen más que jodernos. Si los patrones están para romperlos.
El egoísmo, la envidia y el rencor, no los voy a calificar de malos, porque quién soy yo para hacerlo, pero habrá que dirigirlos bien. Dosificarlos, utilizarlos en su dosis justa.
Saber que el enemigo, la mayor parte del tiempo, está fuera de casa y no dentro. Que la gente que nos quiere y a quien queremos, aunque a veces creamos que no, está en el núcleo donde crecimos. Esos amigos de infancia que nos dijeron que se llaman hermanos. Alejarnos de ellos, supongo que será como morir un poco cada día. Sobre todo, cuando lo que nos ha alejado es una tontería que se puede remediar con un par de cervezas y una plática dispuesta en la mesa para picar.
Qué necesidad de alejarnos de quien siempre ha estado con nosotros, en las buenas, en las malas y en las peores.
Qué necesidad de repetir modelos tan dañinos. Tan cobardes. Porque asumir responsabilidad en un conflicto, es uno de los actos más valientes que podemos experimentar. Pedir perdón por la parte que nos toca, no más, pero tampoco menos.
Hay momentos en la vida, que uno quiere compartir solamente con esas personas, con quien se comparten tantos recuerdos.
Hay momentos imposibles de repetir. Por eso, antes de que llegue el arrepentimiento, procura que llegue la empatía, el perdón, el platiquemos que esto lo tenemos que arreglar. El no dejemos que nos pase más, por favor. Y por amor.
Porque a la vida, no se le puede dar rewind.