Jugaron a amenazarme con frases disfrazadas de condena. Jugaron a darme consejos en forma de clichés, dichos en el tono y forma de una risa burlona, sarcástica y en algunos casos hasta nostálgica. Pero advertirme, nadie lo hizo. Nadie fue tan explícito, ni tan puntual.
Nadie me advirtió que tu llegada haría que mi lengua se trabara, que se me cayeran las palabras y la vista se me nublara por el torrente de agua con sal que se acumuló en el momento en el que te escuché llorar.
Nadie me advirtió que llegarías a mover todas las piezas en el tablero, sin preocuparte por las reglas del juego porque vendrías tú, a imponer las propias, las mismas que me harían cuestionarme con las que había estado jugando todo este tiempo.
Nadie me advirtió que desordenarías todo. Y cuando digo todo, siento que me quedo corto. Pero en medio de ese desorden encontraría una nueva forma de acomodar las cosas. Encontraría que lo que creía en su lugar, realmente siempre estuvo en la estantería que queda de paso, la de las cosas que pones ahí por no saber dónde las podrías acomodar.
Nadie me advirtió que por más que leyera, buscara y me sintiera preparado, no tendría ni idea, ni la más mínima idea del big bang al que me enfrentaría. Ese estallido. Esa creación de un nuevo mundo. Ese universo lleno de energía que llegaría para contagiarme. Para crear más. Para creer más.
Nadie me advirtió que mi sueño cambiaría de pesado a ligero con el menor de los sonidos, pero también con el mayor de los silencios.
Nadie me advirtió que el sueño, mi sueño, dejaría de formar parte de mi canasta básica.
Tampoco me advirtieron que me preguntaría de tanto en tanto, entre otras cosas, si lloras por lo mismo que yo. Por qué lo haces. Por qué me miras así. Por qué te aferras a mi mano como sabiendo que de la misma manera me acabo de aferrar a tu vida.
Nadie me advirtió que el cansancio que podría sentir, es inversamente proporcional a la energía que me inyectas cada que sonríes entre sueños, cuando haces algún pequeño sonido o cuando te me quedas viendo como si nada y yo, pienso que lo haces como si todo.
Hace un mes que llegaste y nadie me advirtió que la vida, me cambiaría como me ha cambiado.
Nadie me lo advirtió y menos mal, porque qué pena haberme perdido todo esto de primera mano.
Porque también, lo que nadie me advirtió es que una sonrisa tuya bastaría para salvarme.