Al mundo se llega berreando y cuando no terminamos de llegar, también nos dan así una simulación de bienvenida. Si no me crees, nos hubieras visto ese día. Pero no me lo tomes a mal, que no es reclamo. El llanto libera, limpia e incluso te ayuda a respirar. Que es lo que hubiera pasado si ese doctor te hubiera dado una nalgada en señal de bienvenida.
El llanto no es más que una emoción que dejó de caber en el cuerpo y buscó la mejor salida.
El llanto también es provocado por tener que decir adiós, cuando se quería decir hola.
Tal vez sea una cuestión ortográfica porque la a siempre llega antes que la h, pero no deja de ser una putada. De las que duelen. De las que calan. De las que te quieres quitar de una vez por todas de encima.
De las que te dejan sin palabras antes de llegar a la mitad de la hoja.
Recibir a alguien con un adiós, es por lo menos, grosero. Lo que más, terriblemente doloroso.
Y es que quedarnos, lo que se dice quedarnos tampoco es cierto. Quedó un pedazo de nosotros, porque lo demás te lo llevaste. Lo podrás encontrar en el camino. Es todo eso que parece manta cuando te da frío. Es ese aire que pretende quitarte el calor. Es ese abrazo y ese beso, que fue un adiós y no un hola.
También nos queda todo lo que dejaste, porque el legado querido, es lo que uno deja en las personas, a pesar del “poco” tiempo que haya durado tu paso por la vida. Y así, de bote pronto, te puedo enumerar unas cuantas que dejaste aquí, intentando llenar el hueco que dejó tu ausencia. Porque eso sí, mi pequeño gigante, las personas son tan grandes como el espacio que nos dejan cuando se van.
Para empezar, me regresaste mi capacidad de asombro el mismo día que me anunciaron tu llegada. Lograste que los capullos que tenía en el estómago se volvieran mariposas. Que me enamorara de alguien que no había conocido. Que me volviera paciente con tu llegada. Que el amor que creía que había llegado a su tope, lo rompiera y encontrara su lugar en el infinito. Que lo importante no es el costo que tiene la vida, sino el valor. Que a veces hay que saber decir adiós, sin haber podido decir hola.
Y esto, sólo por hacer la lista finita.
Yo, que ya me veía despidiéndome de ti en la puerta de la escuela, hoy lo tengo que hacer en una carta.
Por eso adiós, antes que hola.
Aunque siga sin entender nada.
Sólo porque al mundo se llega berreando, en tu honor, te despido igual.
Despídete, anda.
Dale un beso a mamá y otro a mí, que te prometo que un día, nos volveremos a ver.
No sé dónde, ni cuándo. Pero nos volveremos a ver.
Mientras tanto, te dejo un beso.
Un beso tan grande como todo lo que dejaste aquí.