La felicidad no existe, escribo esto con una sonrisa en la casa. Lo dije hace tiempo y lo mantuve como si eso me hiciera mejor, o por lo menos, como si me hiciera bien.
La felicidad me parece un concepto muy grande, de esos que cuando intentas definirlos son ellos los que terminan por definirte a ti. Y eso sí, su eterna búsqueda, me parece de lo más deprimente. En esto último me mantengo firme.
La felicidad no existe, me repetía de vez en cuando. Existen los momentos de alegría, que nunca será lo mismo, soltaba en alguna comida familiar. Porque tengo claro que no son sinónimos el uno del otro y que no siempre se acompañan.
Estaba convencido, tan convencido que a veces lo utilizaba como bandera y eso me hacía disfrutar con más plenitud mis momentos de alegría, eso hasta que la vida, las circunstancias y un pequeño ser, vinieron a reírse en la cara, pero no de mí, si no conmigo. Y a partir de ahí descubrí que la única constante en la vida es ser un tanto incongruente, cambiar de opinión. Descubrirte de a poco, en los pequeños detalles que hacen tan grande la vida.
La felicidad no existe.
La felicidad no es un concepto demasiado grande, es inmenso y aunque no se puede tocar, se puede sentir. Eso sí, no es eterno, ni infinito, como todo, dura lo que tiene que durar.
Ahora resulta que puedo afirmar con todas las pruebas –como si fueran necesarias- y sin ninguna duda, que la felicidad existe y es momentánea. Se mueve de lugar, de la cuna a la cama, por ejemplo. Hace una mueca. Te provoca otra. Se ríe a carcajadas o llora, porque la felicidad también llora. Siente. Se mueve. Se va.
A veces viene de visita. Otras le dan por quedarse la tarde entera de un domingo e incluso existe la que se cuela en algún lunes. Pero la felicidad no es esa sonrisa constante, ni las cosas “buenas” que te pasan. Tampoco es ese sentimiento eterno de que estás en tu mejor momento o ese positivismo tóxico en el que envuelven tantos libros de autoayuda.
No. La felicidad es la tranquilidad que llevas por dentro. La satisfacción de ver una sonrisa –los más suertudos podemos ver dos, todos los días- la emoción vital que a veces se asoma por la mirada en forma de agua con sal. Es tener la certeza de que, aunque las cosas no están del todo bien, estás en el camino correcto, en el lugar en el que quieres estar. De querer. De amor. Que va acompañada de la decisión consciente de querer estar. De querer ser, ahí.
Es tener la certeza, de lo cambiante que es la vida. Y tener claro que una certeza puede dejar de serlo de un momento a otro y aun así, estar bien con eso.
La felicidad es esa calma contemplativa. Ese silencio exquisito que se rompe con una media sonrisa.
Y eso sí, esta definición es mía, que cada quien escriba la suya. Que esa es otra constante de la felicidad, existen tantas definiciones de la palabra como personas sobre la faz de la tierra.
Otra cosa, la felicidad no se busca, es ella la que te encuentra.
Cuando menos te lo esperas, cuando menos creías merecerla.
Cuando creías que no existía, se aparece como niño jugando a las escondidas.
Porque un día descubres, que la felicidad no es, en la felicidad se está.