No sé a qué velocidad empieces a leer esto, pero puede ser que hayas sido persuadido por el título, que no es que esté mal, sólo que no es lo que quería decir. En serio, perdón, no quise decir eso. No quise hablarte de tiempo, mucho menos de distancia.
Hablar de la velocidad es relativo, habrá quien piensa que lento siempre es mejor. Existen otros a los que les gusta el acelerador a fondo. Y yo, que soy un firme militante del depende podría decirte que la velocidad también varia de acuerdo a la situación.
Respuestas rápidas, respuestas honestas. Ajá. A otro con ese cuento. En la cultura oriental tienen la creencia de que cuando alguien se tarda en contestar es un halago, porque se toma el tiempo necesario para entender al cien por ciento lo que acabas de preguntar. Que será muy distinta a la velocidad con la que decides aventarte de un avión una vez que traes puesto el paracaídas. Porque hasta a la hora de tener sexo la velocidad está condicionada por un depende, circunstancias y espacio.
Por eso no quiero hablarte de tiempo, mucho menos de distancia. Quiero hablar del espacio.
Ese espacio que tienes para moverte con total libertad, ese espacio que es tuyo y de nadie más. El que conoces como la palma de tu mano, pero también el que te gusta explorar para encontrar nuevos huecos. Nuevas formas de estar, de ser.
Ese espacio que existe entre un hola y un adiós, entre un tú, un yo y un nosotros. Un espacio que de repente me da por pensar que está en peligro de extinción. Un espacio en el que parece que estás solo y que por lo tanto estás mal. Lo que los jueces de lo bueno y lo malo no alcanzan a ver es que solo, solo, no estás. Porque la soledad no es más que el arte de saber estar contigo. Y lo bien que sabe. Y lo bien que hace.
Es ese espacio que a los dependientes emocionales les da por llamar pesadilla, indiferencia o falta de interés. Para ellos es lo más parecido a un abismo lleno de ansiedad. Una oportunidad para llenarte de mensajes el celular, para atascarse de reclamos los bolsillos y de historias la cabeza.
Tal vez no nos hemos dado cuenta que el espacio entre las personas es como el silencio entre las notas de una canción. Ese espacio en blanco que no necesita ser llenado, ese silencio que le da sentido a la melodía, ese vacío lleno de nada que es potencialmente todo.
Es el espacio el que nos termina salvando. Porque incluso las palabrasnecesitanespacio entre ellas para tener más sentido, no es que no se puedan leer, pero se entienden mejor.
Del espacio que hay entre las comisuras de tu boca mientras se forma lo que algunos llaman sonrisa. Porque ese espacio está bien, aunque algunos todavía en este párrafo, piensen lo contrario.
Pero también del espacio que deja de existir, cuando de dos pretendemos hacer uno y el daño que nos ha hecho pensar que buscamos una media naranja y que una vez que la encontramos, nos debemos fusionar. Y ser uno. Y esa idea romántica que nos inhabilita, que nos multiplica, sí, pero por cero, porque dejas de ser tú, para ser nosotros. Porque el individualismo se acaba, sin saber que podemos ser dos caminando juntos con la mirada en la misma meta. Que es muy distinto ir tomados de la mano, que tomados del corazón.
Que la obligación es la cárcel del amor y el deberías, la tortura que aplican en ese encierro.
A lo mejor por eso entre parejas, llega un momento en el que terminan pidiendo tiempo, justo porque no hubo espacio.
Un error en la aritmética sentimental que termina despejando a las personas.
Un espacio que se pudo haber tenido, de haber sabido ser dos.